Apenas setecientos gramos de vida. Pequeña. Muy pequeña. Una niña. ¡Qué frágil! ¡Ayudadme!, sentimos que nos pide... Y al besarla huele a vida. Las enfermeras que la cuidaron le decían con cariño «Miss Incubadora». Vida en miniatura, pero vida. Progreso en cada segundo. Ayer mejoraba, pero el lunes le cuesta arrancar. El martes, el corazón se ha vuelto loco y se atasca. No hay ni más ni menos que vida en pocos gramos.
Hoy, como casi todas las mañanas, hemos peleado en el desayuno (es poco comedora). A «Miss Incubadora» le he cogido una coleta firme, como a ella le gusta, aunque volverá a casa con un pelo para cada lado. Con seis años es lo normal. «Miss Incubadora» es explosión de vida. Creativa, disfruta con la música, los animales, la gimnasia y va al colegio feliz. Si sale a su abuelo materno será buena deportista, los años han confirmado aquel parecido que le vimos el día que nació (en esa fase de gestación, por la proporción del tamaño de la cabeza, los niños parecen mayores en miniatura más que bebés).
Dos años antes de «Miss Incubadora» vivimos una epopeya maravillosa con nuestra primera hija. Fuimos testigos primerizos de hasta dónde se puede llegar en la lucha por la vida. Ochocientos gramos de historia de vida, de lucha, de agonía. Princesa, lucha, princesa, le susurrábamos una y mil veces por la puerta de la incubadora. No fue fácil. Tuvieron que operarla cuando pesaba poco más de quinientos gramos. Pero peleó con la ayuda de quienes practican el arte de la medicina.
Hoy tiene ocho años y es el sentido común de la casa y la sensibilidad con todos, especialmente ante la enfermedad de los demás, porque sabe bien lo que es sufrir. Orgullosa de sus cicatrices las luce con orgullo, como prueba de una victoria. Es la fuerza y el tesón. Es entusiasmo sereno y no nos cabe la menor duda: logrará lo que se proponga. En fin, tenemos tantas cosas maravillosas guardadas en el corazón, que pretender que quepan en un papel es imposible.
Hemos sabido que el Gobierno pretende aprobar una norma según la cual son basura sanitaria los cuerpos sin vida de niños nacidos antes de las veintiocho semanas de gestación. Se entiende así que lo que sale del vientre de la madre antes de este tiempo no son restos humanos, sino residuo para el contenedor. Ironías de los tiempos: «Reciclar es dar vida».
Nos parece un disparate. Ni en sus restos trato digno. Lo triste es que la norma no es fruto de un mal cálculo. No es casual que coincida con otras noticias que nos duelen aún más. Clínicas que trituran cuerpos de ángeles inocentes y los tiran a contenedores. Nos indignan y avergüenzan las voces de quienes visten esta sangre de libertad de la mujer, olvidando que se dispone sobre la vida del que ya es otro. Por favor, no nos manipulen con la bandera del progreso. Triturar, licuar cuerpos y lanzarlos como residuos de ninguna manera puede ser progreso.
Nos anima saber que cada vez son más los que salen de la indiferencia, rompen el silencio y se alzan en defensa de la vida. Tiene que haber gente de todos los colores políticos capaz de comprometerse por esta causa maravillosa. Animamos a todos los que creen en el auténtico progreso a levantar su voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario